Premio a la vida y obra
de un periodista


José Salgar

En nombre de quienes recibimos hoy los premios Simón Bolívar de Periodismo, expreso a los aquí presentes, así como a cuantos nos han enviado voces de felicitación o estímulo, nuestros más emocionados agradecimientos.

Personalmente, mi mayor satisfacción hoy es darme cuenta de que si bien con el Premio Simón Bolívar se hace un generoso reconocimiento a una vida y a una obra, eso no significa que sea punto final para esa vida y esa obra.

Por el contrario, el haber recibido este año los dos principales premios de periodismo, que se otorgan en Colombia, me ha colocado en la situación de espectador comprometido con el proceso de transformación que se opera en el mundo de las comunicaciones.

Vengo de la edad de plomo del periodismo. Fui testigo de la consolidación de la prensa colombiana que en estos días celebrará dos siglos de presencia en el país como el más respetado e influyente medio de opinión pública. Esa respetabilidad y esa influencia se mantienen intactas y se han ampliado al ámbito internacional tras convertirse nuestro periodismo en símbolo y en mártir de la libertad de prensa y de los derechos humanos. Pero si en el fondo los ideales y la dignidad de nuestros diarios siguen iguales, en la forma todo está cambiando. El mundo es hoy distinto porque las costumbres humanas están adaptándose a la velocidad de la luz y el sonido, con los cuales la palabra impresa busca nuevas formas para cumplir su misión como vehículo de cultura y de información actualizadas al instante.

Como un museo de antigüedades veo hoy a las figuras entrañables de nuestro viejo periodismo. El linotipo y la máquina de escribir, en sonoras madrugadas de bohemia literaria para pulir un editorial o un verso, con los que se fueron formando grandes figuras de nuestra reciente historia patria y la lucha por la chiva para salir de primeros con la noticia que alegremente se gritaba en las calles cuando todavía no había radio. Esas épocas en que se llegaba a lectores cuyo único vínculo con el resto del mundo eran el papel y la tinta.

Ese es el museo. Lo de hoy son el computador, las palabras procesadas y difundidas electrónicamente y la juventud con botas de siete leguas. Es el Golfo Pérsico, con toda su explosiva carga de noticias, metido en la intimidad de nuestro hogar. Es la vida más acelerada, peligrosa y breve. Así lo estamos viendo con el secuestro de periodistas como Francisco Santos y el grupo encabezado por Diana Turbay, que es todo un acto de infamia de las organizaciones criminales contra la libertad de prensa.

Asisto, todos los días, al espectáculo del periodista de hoy esforzándose por adaptarse a las nuevas tecnologías y satisfacer las necesidades del habitante de este nuevo mundo. Un periodismo joven y vigoroso que ha recibido la tarea de romper las amarras con la rutina de una época que está pasando a la historia.

Han quedado atrás los temores de una guerra entre los medios electrónicos y los impresos. Ahora cada cual tiene definido su lugar y lo que viene es un gran complemento entre prensa, radio y televisión para beneficio de un mundo que debe comunicarse y entenderse mejor.

Ante este panorama, es apenas natural que, en Colombia, sea indispensable una actualización de los estudios de periodismo que esté de acuerdo con las reformas en la estructura de los medios para abrir el camino a un profesionalismo de más alto nivel en la cambiante comunicación de masas.

Me siento muy agradecido con la vida y mis compañeros de las viejas y las nuevas épocas por la oportunidad de participar, en este momento fascinante de la creación, de un nuevo orden periodístico.